Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra. El espacio de hoy, se lo doy a la filosofía, por cuestiones de tiempo y de otras cosas inesperadas, algo así como el destino de lo que tanto hablan los libros de realismo mágico y las epopeyas.
Sumamente interesante, sobre todo cuando comienza con su: Refugiate amigo...
Gran sabiduría hay en Nietzsche y en sus escritos, así como gran locura y escepticismo. Su muerte, miserable, un maldito sifilítico, que se contagio por medio de una Trabajadora de la Calle, aunque esta vez fue en un burdel (la biografía de Nietzche será presentada en otro momento, es una promesa para las visitas).
Sin más preámbulo, disfruten del inicio de la filosofía moderna.
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"¡Refugiate. amigo mío, en tu soledad! Te veo aturdido por las estridencias de los grandes y maltrecho por los aguijones de los mediocres. El bosque y la roca saben acompañar dignamente tu silencio. Parece de nuevo el árbol frondoso que amas, mudo y alerta sobre el mar.
Donde termina la soledad empieza la plaza; y donde empieza la plaza empiezan las estridencias de los grandes comediantes y los zumbidos de las moscas venenosas. En este mundo, las mejores cosas no valen nada si no viene uno a ponerlas en escena. Grandes hombres llama la gente a los que ponen en escena. No comprende la gene lo grande, esto es, lo creador; mas se entusiasma con todos los que ponen en escena y representan cosas grandes. Gira el mundo -imperceptiblemente- alrededor de los inventores de valores nuevos. Pero la gente y la fama giran alrededor de los actores.
Tiene el actor espíritu, pero la conciencia de su espíritu deja mucho que desear. Siempre cree en aquello con que logra mejor hacer creer... ¡en él! Mañana abrazará un nuevo credo y pasado mañana otro más nuevo aún. Tiene los sentidos prestos y el olfato, versátil, como la gente. Atropellar es para él demostrar. Arrebatar es para él convencer. Y la sangre la tiene por el argumento más eficaz. La verdad que sólo penetra en los oídos finos la llama él mentira y futilidad. Sólo cree en dioses que alboroten el mundo.
Abundan en la plaza los bufones solemnes, y la gente se jacta de sus grandes hombres, que son para ellos los hombres del día. Pero el día los apremia; de ahí que te apremien. Recaban también de ti el sí o no. Ay, ¿pretendes situarte entre el pro y el contra? ¡No envidieis a esos incondicionales que apremian, amante de la verdad! Nunca la verdad ha marchado del brazo de un incondicional. A causa de esos violentos regresa a tu refugio. Sólo en la plaza se asalta con ¿sí? o ¿no? Lenta es la experiencia de todos los pozos profundos; tardan mucho en saber lo que ha caído en su fondo. Todo lo grande transcurre lejos de la plaza y la fama; lejos de la plaza y la fama han vivido siempre los inventores de valores nuevos.
¡Refúgiate, amigo mío en tu soledad; te veo cubierto de picaduras de las moscas venenosas!
¡Refúgiate allá donde sopla un viento frío y fuerte! ¡Refúgiate en tu soledad! Has vivido demasiado cerca de los mediocres y miserables. ¡Huye de su venganza invisible! ¡Ansían vengarse de ti!
¡No levantes el brazo contra ellos! Son innumerables, y no es tu tarea ser mosquero. Innumerables son esos mediocres y miserables; y más de un soberbio edificio ha sucumbido a la acción de las gotas de lluvia y las malas hierbas. Tú no eres de piedra, pero ya estás cavado por muchas gotas. ¡Te vas a quebrar por la acción de muchas gotas! Te veo agobiado por moscas venenosas, sangrando de cien picaduras: tu orgullo te impide enojarte siquiera. Con todo candor apetecen ellas tu sangre; sedientas de sangre están sus almas exangües, y así pican con todo candor. Pero tú, hombre intenso, sufres demasiado intensamente incluso de las heridas pequeñas; y, antes de que te hayas repuesto, ya el mismo bicho venenoso vuelve a correr por tu mano. Tu orgullo te impide matar a esos golosos. ¡Pero cuidado con meterte el trance fatal de tener que cargar con toda su venenosa iniquidad!. Zumban en torno de ti incluso cuando te alaban; su alabanza es importunidad. Buscan la proximidad de tu piel y tu sangre. Te adulan como si fueses un dios o un diablo; se arrodillan ante ti como si fueses un dios o un diablo. ¡Qué importa! No hacen más que adular y arrodillarse.
Muchas veces aparentan ser amables. Pero así ha sido siempre la listeza de los pusilánimes. ¡Ah los pusilánimes son muy listos! Sus almas mezquinas se ocupan mucho de ti; ¡los tienes preocupados! Lo que mucho ocupa termina por preocupar. Te castigan por todas tus virtudes. En el fondo sólo te perdonan tus yerros. Porque eres indulgente y ecuánime dices: 'Ellos no tienen la culpa de su mediocridad'. Su alma mezquina, en cambio piensa: 'Culpa es toda grandeza'. Aun cuando eres indulgente con ellos, se sienten despreciados por ti; y te pagan tu amabilidad con hostilidad solapada. Tu orgullo callado los enfurece; se regocijan cuando por una vez eres lo suficientemente modesto como para ser vanidoso. Lo que le notamos a uno lo inflamamos en él. ¡Cuidado, pues, con los mediocres! Ante ti se sienten empequeñecidos, y su mediocridad es una brasa de venganza invisible.
¿No te diste cuenta de cuántas veces enmudecían cuando te acercabas a ellos y cómo se les iba la fuerza cual horno de fuego en trance de extinguirse? Amigo mío, eres la mala conciencia de tus semejantes; pues son indignos de ti. De modo que te odian y quisieran chupar tu sangre. Tus semejantes siempre serán moscas venenosas; lo que hay de grande en ti no puede menos que hacerlos cada vez más semejantes a moscas venenosas.
¡Refúgiate, amigo mío, en tu soledad y allá donde sopla un viento fuerte y frío! No te toca ser mosquero".
Así hablaba Zaratustra.
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